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Opinión

Cristianismo, nacionalismo y el debate sobre la identidad religiosa

Por: Visión Global
abril 24, 2025

Luis Decamps Blanco

El autor es abogado y docente universitario. Reside en Santo Domingo de Guzmán.

 El auge del nacionalismo cristiano en diversos contextos políticos y sociales ha generado una serie de cuestionamientos sobre la relación entre fe, identidad y poder. En particular, este fenómeno ha llevado a debates en torno a la naturaleza del cristianismo como tradición religiosa y a la manera en que sus principios fundamentales han sido interpretados a lo largo del tiempo. Mientras algunos sostienen que la vinculación entre la identidad nacional y la religión es una forma de preservar ciertos valores, otros argumentan que esta fusión puede derivar en distorsiones que transforman el cristianismo en un criterio de pertenencia más que en una perspectiva ética o espiritual.

Históricamente, el cristianismo ha transitado entre diversas interpretaciones, algunas de las cuales han enfatizado su dimensión institucional y doctrinal, mientras que otras han puesto el foco en su carácter ético y social. En los textos evangélicos, el mensaje atribuido a Jesús se centra en el reconocimiento de la dignidad humana, la preocupación por los sectores vulnerables y la superación de barreras de exclusión. Su enseñanza parece haberse dirigido a la construcción de relaciones basadas en la reciprocidad y no en la adhesión a estructuras de poder. Desde esta perspectiva, el cristianismo no se define únicamente por un corpus doctrinal, sino por la manera en que sus principios se traducen en relaciones humanas.

Uno de los elementos recurrentes en el discurso cristiano es la noción de «prójimo», que, a diferencia de otras categorías de pertenencia, no establece distinciones en función de nacionalidad, origen social o adhesión a una doctrina específica. La conocida parábola del buen samaritano ilustra este punto: la figura que encarna la ayuda desinteresada proviene de un grupo considerado ajeno a la identidad religiosa predominante de la época. En este relato, la pertenencia a una tradición particular no es lo que define la acción ética, sino la disposición a actuar en beneficio del otro sin condicionamientos.

Este enfoque plantea interrogantes sobre la compatibilidad entre una ética cristiana orientada a la inclusión y la perspectiva del nacionalismo cristiano, que tiende a establecer fronteras de pertenencia. Mientras que este último opera dentro de una lógica de diferenciación, la tradición cristiana, al menos en su vertiente textual, sugiere un marco de referencia más amplio en el que la identidad religiosa no opera como un criterio de exclusión. La pregunta que surge, entonces, es si el cristianismo puede ser reconciliado con una visión que prioriza la identidad nacional como un factor determinante en su aplicación práctica.

Otro punto de análisis es el papel de la religión en la construcción de estructuras de autoridad. En diversos periodos históricos, el cristianismo ha sido tanto una herramienta de cohesión social como un elemento de legitimación política. La institucionalización de la religión ha permitido su consolidación, pero también ha generado debates sobre la relación entre doctrina y poder. Cuando la religión se convierte en un criterio para definir pertenencia o exclusión dentro de una comunidad política, se corre el riesgo de que los principios religiosos sean reinterpretados en función de objetivos ajenos a su contenido original. Esto ha ocurrido en distintos momentos históricos, en los que la fe ha sido utilizada para justificar tanto procesos de integración como de segregación.

La cuestión de la adoración frente a la práctica ética es otro aspecto relevante en este debate. Si bien en la tradición cristiana se reconoce la importancia de la fe como expresión individual y comunitaria, también existen múltiples referencias a la acción como una manifestación esencial de la misma. En diversos textos, la adhesión a principios abstractos no parece ser suficiente para definir la identidad cristiana, sino que es el comportamiento en la esfera social lo que constituye su núcleo. En este sentido, la relevancia del cristianismo no radica exclusivamente en su capacidad de estructurar creencias, sino en su potencial para articular una práctica de convivencia basada en valores como la equidad y la solidaridad.

El nacionalismo cristiano, al enfatizar la dimensión identitaria de la religión, introduce un punto de inflexión en esta dinámica. En lugar de concebir la fe como un elemento de apertura, la vincula con una determinada concepción de la comunidad política. Este fenómeno no es exclusivo del cristianismo ni del contexto contemporáneo, sino que ha sido recurrente en distintas tradiciones religiosas a lo largo de la historia. La pregunta que cabe formular es si esta apropiación identitaria altera la función de la religión dentro del espacio público y, en caso de que así sea, qué implicaciones tiene para su desarrollo futuro.

El cristianismo, en su dimensión histórica, ha demostrado una gran capacidad de adaptación a distintos contextos culturales y políticos. Esta flexibilidad ha permitido su continuidad a lo largo de los siglos, pero también ha generado tensiones sobre su interpretación y aplicación. La manera en que se define su relación con la política, la identidad nacional y la institucionalidad dependerá en gran medida de la forma en que sus principios sean comprendidos y reinterpretados en cada momento histórico. Lo que parece claro es que el cristianismo no ha sido un fenómeno estático, sino un proceso en constante transformación.

En este contexto, la relación entre cristianismo y nacionalismo plantea un desafío que no puede resolverse de manera simplista. Si el cristianismo se concibe únicamente como un elemento de identidad cultural, corre el riesgo de perder su dimensión ética y relacional. Si, por el contrario, se enfatiza exclusivamente su dimensión práctica, podría diluirse su carácter distintivo dentro del ámbito religioso. El equilibrio entre estos dos enfoques sigue siendo un tema de debate y, en última instancia, dependerá de cómo se conciba la función de la religión dentro de la sociedad contemporánea.

Las preguntas fundamentales que surgen en este análisis no tienen respuestas definitivas, pero pueden servir como punto de partida para una reflexión más amplia. ¿Debe la religión operar como un criterio de pertenencia dentro de un marco político? ¿Es posible preservar la identidad cristiana sin que esta se convierta en un mecanismo de exclusión? ¿Hasta qué punto la fe puede ser compatible con las estructuras de poder sin verse transformada en un instrumento de control? Estas cuestiones seguirán siendo objeto de discusión mientras la religión continúe desempeñando—como todo indica que lo hará por largo tiempo— un papel relevante en el ámbito social y político.

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