Por Víctor Joel Sánchez
El autor es diplomático, y actual Vicecónsul en el Consulado General de la República Dominicana en São Paulo, Brasil.
Hay cosas que pueden parecer simples en la carrera diplomática y consular, pero que en realidad encierran una profundidad institucional y personal que merece ser reflexionada.
Ser acreditado por un país extranjero para representar al tuyo no es un simple trámite. Es un acto solemne de confianza mutua. Es el momento en el que el Estado receptor —como Brasil, en nuestro caso— extiende su reconocimiento formal y dice, con acciones más que con palabras: “Aceptamos que tú representes a tu país ante nosotros.”
Pero antes de eso, ya ha ocurrido algo aún más significativo: el Estado dominicano, a través del Poder Ejecutivo, ha designado a un ciudadano mediante decreto para hablar y actuar en su nombre. Esa decisión, por sí sola, ya es una expresión de confianza al más alto nivel.
Y cuando uno recibe esa distinción, hay un compromiso que se activa de inmediato, más allá de lo que establezcan los reglamentos: el compromiso moral y profesional de ejercer con responsabilidad, con seriedad, y con total apego al marco institucional que rige nuestra carrera.
Parte esencial de ese compromiso es el cumplimiento regular y ordenado de las funciones en la misión donde uno ha sido asignado. La diplomacia se ejerce mejor cuando se está cerca de la comunidad que uno representa, de las autoridades locales, y del trabajo consular cotidiano.
Es mi opinión sincera que, como principio general, la presencia activa en el puesto asignado no solo fortalece la misión, sino que también eleva el prestigio del servicio exterior dominicano en su conjunto.
Hay una frase muy repetida en la cultura anglosajona que siempre me ha parecido profundamente cierta:
“The true character of a man is revealed by what he does when no one is watching.”
(El verdadero carácter de un hombre se revela por lo que hace cuando nadie lo está mirando.)
Y en esta profesión, donde gran parte del trabajo ocurre lejos del ojo público, esa enseñanza cobra aún más fuerza. Porque representar no es solo figurar; es estar, es actuar, es cumplir —a veces en silencio, pero siempre con integridad.
A quienes tenemos el privilegio de servir en el exterior, no debemos perder de vista que el decreto que nos designa y la acreditación que nos otorgan son más que documentos formales. Son símbolos vivos de confianza. Y esa confianza se honra con trabajo constante, con humildad y con respeto por los procesos que nos sostienen como institución.
Ojalá que, al final de nuestro tiempo en el servicio, podamos responder con la frente en alto a una pregunta sencilla pero poderosa:
“¿Qué hiciste con el honor que se te confió?”
Y que la respuesta, sin adornos, pueda ser:
“Lo asumí con responsabilidad. Y lo honré con hechos.”