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Opinión

¿Y si hubiese sido él el agresor?

Por: Visión Global
mayo 27, 2025

Por Ramón Feliz, abogado y docente universitario

Recientemente, una escena tan desconcertante como reveladora acaparó la atención internacional: la esposa del presidente de Francia, Brigitte Macron, abofeteó públicamente a su esposo al momento de descender del avión presidencial. La reacción en redes y medios fue, en su mayoría, entre risas, bromas y justificaciones. Algunos incluso celebraron el acto como una expresión de carácter o lo minimizaron como algo anecdótico. Pero permítanme hacer una pausa y plantear una pregunta que, si bien incómoda, es absolutamente necesaria: ¿y si hubiese sido él el agresor?

Si Emmanuel Macron hubiese levantado la mano contra su esposa, el repudio habría sido inmediato y rotundo. Habríamos presenciado condenas desde los más altos organismos internacionales, protestas feministas, y titulares cuestionando su capacidad moral para ocupar el cargo. Y con razón: la violencia no debe tener espacio, especialmente entre figuras públicas que representan instituciones del Estado. Pero entonces, ¿por qué cuando el agresor es una mujer y la víctima un hombre, la violencia se convierte en comedia?

Este incidente pone en evidencia un sesgo cultural profundamente arraigado: el de creer que la violencia solo es reprobable cuando va del hombre hacia la mujer. En este esquema simplista, el hombre siempre es el potencial victimario y la mujer, la inevitable víctima. Sin embargo, la realidad es más compleja y peligrosa si seguimos ignorando sus matices.

La violencia no es patrimonio de un género. Es un comportamiento condenable, venga de quien venga. La bofetada de Brigitte Macron no es simplemente un gesto “privado” o una “escena de pareja”, es un acto violento. Lo preocupante es que fue transmitido a millones de personas como si fuese una anécdota simpática, cuando en el fondo encierra un mensaje tóxico: que los hombres pueden ser agredidos en público sin que eso active nuestras alarmas éticas.

Como abogado y docente, me preocupa que sigamos alimentando estereotipos que encasillan la violencia en una sola dirección. No podemos educar a una sociedad para el respeto y la convivencia si al mismo tiempo justificamos, trivializamos o incluso celebramos actos violentos solo porque no se ajustan al molde tradicional de agresor-víctima.

Es hora de construir una cultura de equidad real, en la que cualquier forma de agresión, verbal o física, sea rechazada sin importar el género del agresor o la víctima. Porque si la violencia no tiene justificación, tampoco debe tener doble moral.

Y vuelvo a preguntar: ¿y si hubiese sido él el agresor? El silencio no sería una opción. Pues entonces, tampoco debería serlo ahora.

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